Ir al nutricionista por primera vez puede generar ciertas dudas o incluso nervios, pero lo cierto es que esa primera cita es mucho más sencilla y cercana de lo que parece. No se trata de pasar un examen, ni de sentirte juzgado por lo que comes. Todo lo contrario: el objetivo es conocerte a fondo para poder ayudarte de forma realista y personalizada. Es como si el profesional construyera un mapa contigo, donde tú marcas el punto de partida y juntos vais definiendo el mejor camino para llegar a donde quieres estar. Si acudes a un centro especializado como Gades Salud, te vas a encontrar con un equipo que entiende perfectamente la importancia de escucharte sin prejuicios y ofrecerte un acompañamiento cercano desde el primer minuto. Aquí te cuento todo lo que suele ocurrir en esa primera consulta, paso a paso y sin tecnicismos.
Lo primero: hablar y entender quién eres
Lo más importante en la primera cita con un nutricionista no es lo que comes, sino quién eres. Por eso, todo arranca con una charla tranquila, donde tú cuentas tu historia. Qué te gusta comer, cómo es tu día a día, si haces deporte, cuántas horas duermes, si trabajas a turnos, si cocinas o tiras más de comida rápida, si te cuesta organizarte… Aquí no hay respuestas buenas o malas, lo que cuenta es la sinceridad. Cuanto más honesto seas, más fácil será que el nutricionista entienda tus necesidades reales y diseñe algo que se adapte de verdad a tu rutina. Esta parte es casi como tener una conversación con alguien que quiere ayudarte sin juzgar, solo escuchando y haciendo preguntas con lógica. También puede que te pregunte si has tenido alguna enfermedad, si estás tomando medicamentos o si hay antecedentes familiares que conviene tener en cuenta. Todo esto ayuda a construir una base sólida para el plan que luego se va a preparar contigo.
Evaluar tu cuerpo más allá del peso
Después de esa primera parte más conversada, llega el momento de analizar algunos datos físicos. Pero no te asustes, que no es nada raro ni incómodo. Aquí el peso y la altura son lo de menos. Lo que realmente interesa es cómo está distribuida tu composición corporal. Es decir, cuánta grasa, cuánta masa muscular y cuánta agua tienes en el cuerpo. Esta información se obtiene con una báscula de bioimpedancia que, aunque suene complicado, lo único que hace es enviar una corriente eléctrica imperceptible para medir esos porcentajes. También pueden tomarte medidas con cinta métrica para saber cómo están ciertas zonas, como la cintura o las piernas. ¿Por qué se hace esto? Porque dos personas pueden pesar lo mismo y tener cuerpos completamente diferentes. Estos datos ayudan a tener una fotografía clara de tu punto de partida, sin juicios, sin etiquetas, solo con hechos.
Conocer tus hábitos más allá de la comida
Aquí es donde el nutricionista saca su lupa para ver qué hay detrás de tus costumbres. No se trata solo de si desayunas o no, o de cuántas veces comes al día, sino también de cómo te sientes cuando comes, si lo haces con prisas, si picas por aburrimiento, si te das atracones los fines de semana o si usas la comida como recompensa cuando tienes un mal día. Esta parte es más profunda de lo que parece, porque muchas veces el problema no está en lo que comemos, sino en cómo lo hacemos y por qué. También se analiza tu estilo de vida en general: si tienes estrés, si duermes bien, si trabajas muchas horas sentado o si estás en una etapa de cambio, como un embarazo o una menopausia. Todos esos detalles cuentan para que el plan que te propongan tenga sentido y se adapte a ti como un guante.
Marcar objetivos que tengan sentido
Aquí viene una de las partes más importantes de toda la consulta: definir hacia dónde quieres ir. Y no vale con decir “quiero adelgazar” o “quiero comer mejor”. El nutricionista te ayudará a poner en palabras algo más concreto, más medible y más realista. ¿Te gustaría perder grasa sin perder masa muscular? ¿Quieres tener más energía durante el día? ¿Controlar mejor el azúcar si tienes diabetes? ¿Evitar digestiones pesadas? ¿Sentirte bien contigo mismo frente al espejo? Da igual cuál sea tu objetivo, lo importante es que sea tuyo, que te motive de verdad y que no esté basado en modas absurdas. Además, juntos podéis acordar un plazo razonable para conseguirlo. Nada de promesas milagrosas ni dietas restrictivas imposibles de mantener. Aquí se trata de avanzar poco a poco y de forma sostenible.
Diseñar un plan que puedas mantener sin sufrir
Con toda la información recogida, el nutricionista prepara un plan de alimentación personalizado. Pero olvídate de menús rígidos y aburridos. Lo habitual es que te proponga varias opciones de comidas, ideas de combinaciones y herramientas prácticas para organizarte mejor, hacer la compra sin improvisar y preparar platos sencillos y nutritivos. También puede que te dé algunos trucos para cuando comes fuera de casa, si haces turnos en el trabajo o si tienes niños y poco tiempo. Si lo necesitas, incluso puede recomendarte algún suplemento, pero siempre con lógica y nunca como sustituto de la comida real. Lo bueno de este plan es que no se basa en prohibiciones, sino en aprender a comer mejor sin renunciar a lo que te gusta. Porque de eso se trata: de encontrar un equilibrio que funcione para ti y que puedas mantener a largo plazo sin tirar la toalla.
Resolver dudas y empezar con motivación
Antes de terminar la consulta, tendrás tiempo para preguntar todo lo que necesites: “¿puedo tomar pan?”,“¿qué hago si tengo una cena con amigos?”. Ninguna pregunta es tonta y cuanto más claro lo tengas todo, más fácil será empezar con confianza. Además, el nutricionista suele darte pautas muy prácticas para arrancar esa misma semana, sin necesidad de esperar a la siguiente cita. Puede que te recomiende hacer pequeños cambios durante los primeros días y luego ir ajustando sobre la marcha. Lo importante es que salgas de la consulta con la sensación de que estás dando el primer paso hacia algo que va a mejorar tu vida.
Dejarlo todo listo para el seguimiento
Antes de salir por la puerta, lo normal es que acordéis una próxima cita. Esto no es solo para ver si has bajado de peso, sino para valorar cómo te estás sintiendo, qué dificultades has encontrado y qué cosas están funcionando bien. Es un espacio para ajustar, para motivarte y para seguir avanzando sin presión. Ir al nutricionista no es una visita puntual, es una inversión en ti, en tu salud y en tu bienestar. Y cuanto más lo veas como un proceso, más fácil será mantenerte en el camino.
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